El rostro del hombre
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El mayor obstáculo para el camino del hombre es el «descuido» del yo. En lo contrario de este «descuido», es decir, en el interés por el propio yo, consiste el primer paso para caminar de un modo verdaderamente humano.
Los factores que componen el «sujeto» humano no se captan en abstracto, no son algo «preconcebido», sino que se ponen de manifiesto cuando el yo entra en acción, cuando el sujeto está comprometido con la realidad.
Mi sujeto está en el centro, en la raíz de todos mis actos. La acción es la dinámica mediante la que yo entro en relación con cualquier persona o cosa. Si descuido mi yo, es imposible que sean mías las relaciones con la vida, que la vida misma sea mía.
Para poder decir «mío» con seriedad hay que percibir límpidamente lo que constituye nuestro propio yo. No hay nada tan fascinante como el descubrimiento de las dimensiones reales que tiene nuestro yo; nada está tan repleto de sorpresas como el descubrimiento del rostro humano.
Y nada hay tan conmovedor como el que Dios se haya hecho hombre, para prestarnos la ayuda definitiva, para acompañarnos con discreción, ternura y poder en el camino fatigoso de cada uno para buscar su propio rostro de hombre.